Uzbekistán, Kirgizistán y China. La Ruta de la Seda.

LA RUTA DE LA SEDA

Un viaje mítico al mercado de KashgarNuestro recorrido por esta legendaria ruta nos adentrará en Uzbekistán para visitar esas dos joyas que son Samarkanda y Bujara; continuaremos por el país de los Kirguicos para contemplar el techo del mundo y cruzaremos a China para disfrutar del mercado más antiguo y divertido del mundo: Kashgar.
Un camino peligroso lleno de riquezas
Pocos caminos despiertan en la mente del viajero tantas imágenes y posibles aventuras como este de la mítica Ruta de la Seda. Nunca existió una sola ruta, sino una maraña de senderos y pistas que confluían en lugares estratégicos, en los que florecían ricos mercados. Inicialmente, estos caminos llevaban el nombre del producto predominante que circulaba por ellos. De modo que existió la Ruta de las Esmeraldas, del Oro, del Jade o de las Especias. China importaba, principalmente, oro, plata, piedras preciosas, marfil, cristal, perfumes, tintes y otros textiles provenientes de Europa y de los reinos por donde transitaba la ruta. El Imperio del centro exportaba, en su mayoría, seda, pieles, cerámica, porcelana, especias, jade, bronce, laca y hierro.
Por la Ruta de la Seda no circulaban solamente mercaderes con bienes de todos los reinos, sino también asaltadores, ladrones y pilluelos, por lo que los caminos no eran totalmente seguros. Así, lo peor que les podía pasar era que por aquellos desfiladeros y glaciares se despeñara un camello; perdieran al animal y a su apreciada carga, y además su estiércol, que utilizaban como combustible. Y aún era peor, si el camello perdido transportaba comestibles. Casi en el 80% de la Ruta no hay árboles; sólo hielo, nieve y glaciares. Algunas caravanas no llegaron nunca a su destino. Hacia el siglo XV, con el auge de la navegación y la nuevas rutas marítimas comerciales, y el apogeo de los imperios árabe, mongol y turco, fue languideciendo lentamente la importancia de la ruta de la seda como principal arteria comercial entre oriente y occidente, y algunas de las más florecientes e imponentes ciudades a lo largo de su recorrido fueron perdiendo importancia e influencia y, olvidadas por el mundo exterior, se convirtieron en una sombra de lo que fueron. Y no fue hasta 1870 cuando el Barón von Richtofen, de expedición por la zona, rebautizó a la misma con el nombre de la ruta de la seda y comenzó poco a poco a resurgir de sus cenizas la que hoy constituye uno de los viajes más apasionantes.
Las perlas de UzbekistánSamarkanda fue una de las ciudades más importantes en esta travesía. Por ella han pasado culturas tan dispares como la persa, la griega a través de la conquista de Alejandro Magno, la árabe, la mogol y la rusa-sovietica. Tamerlan la hizo capital de su imperio a finales del siglo XIV y fue entonces cuando experimentó un florecimiento sin igual. Sus monumentales construcciones son un claro ejemplo de la grandeza de aquella época. La Plaza de Reguistán, la joya de Samarkanda con sus tres imponentes madrazas, el Mausoleo en el que yacen los restos de Tamerlan, la Necrópolis de ShajíZinda, el famoso Observatorio de Uluz-Bek, la gigantesca mezquita de Bibí Janim, esposa favorita de Tamerlan, dejan en el visitante una impresión imborrable por su belleza. No hay que olvidar que Samarkanda ocupa un lugar de privilegio dentro del arte islámico del Asia Central.
Por su parte Bujara es una pequeña maravilla por el número de sus monumentos que conviven con sus habitantes en una increíble simbiosis creando una atmósfera que envuelve todo en esta ciudad museo. Tanto los monumentos de la ciudad como los que se encuentran en las afueras, como el palacio de Verano de los últimos emires o la Necrópolis Chor-Bakr donde el silencio y la amplitud de espacio transmiten una inefable serenidad, así como la acogedora Plaza de la Liaba-Jauz donde los atardeceres se acompañan con té y descanso, convierten esta ciudad en un magnifico rincón del planeta para no olvidar jamás.
Un verano que estalla sobre la mesa
Durante los meses de estío Uzbekistán reverdece y sus campos ofrecen un sinfín de frutas y verduras, lo que hace que sus gentes se lancen a la campiña para compartir espléndidos almuerzos bajo los árboles. Por eso no resulta difícil que a uno le inviten a disfrutar con fabulosas sandias y melones, deliciosos albaricoques, tomates que parecen de cuento, panes recién horneados…
Por las noches los cafés y restaurantes, tanto de las ciudades como de los pequeños pueblos, acogen a un público festivo y dispuesto a dar buena cuenta de todo tipo de brochetas, principalmente de cordero, cuyo aroma se cuela por entre las parras e invita a los paseantes a participar de la fiesta.

Kirguistán, el techo del mundo Este precioso país es pura naturaleza, rodeado por diversas cordilleras montañosas que alcanzan con facilidad los 5.000 metros de altura, siendo el Pico Lenin el más alto con 7.134 m. El clima es extremo pasando de los menos 30 grados en invierno a los 45 en verano. Cuenta con preciosos lagos como el Issyk-Kul de una belleza extraordinaria y que convierten al país en una fuente de agua inagotable. Sus gentes son hospitalarias y atraviesan el país con sus yurtas y sus caballos. Convivir con ellos y galopar por las estepas es uno de los recuerdos más vívidos del viaje.
Los pasos fronterizos entre Kirguistan y China han sido de los más duros a lo largo de la historia de la ruta, por esos los kirguikos cuentan y no paran sobre las leyendas de los crudos inviernos, la caza, y sus caballos. Es por uno de estos pasos por el que nos introducimos en China para llegar al mercado de Kashgar.

Un mercado del siglo XIIMarco Polo, en su Libro de las Maravillas, ya escribía: “Allí a Kashgar llegan numerosas telas y mercancías. Las gentes viven de talleres y comercios (…) De esta comarca parten muchos mercaderes, que van a comerciar por todo el mundo.”
Aislada en el extremo noroeste de China y aprisionada entre las estribaciones del Karakorum, una de las cordilleras más abruptas de la tierra, y el desierto de Taklamakan, cuyo significado en lengua ligur es “ve y nunca regresarás”, esta población de más de 200.000 habitantes sigue siendo, como en las épocas de máximo esplendor de la Ruta de la seda, cuando era parada obligada, el mercado más influyente de la región y uno de los más antiguos del mundo.
Todos los domingos, el Aidkah Bazaar convoca gentes que viven en un radio de 2.000 kilómetros a la redonda, dando lugar a un espectáculo fascinante, al que las caravanas de camiones provenientes de Pakistán, con sus impresionantes cabinas forradas por carcasas de madera, primorosamente talladas y pintadas con colores estridentes, dan un aire de fiesta.
El mercado, un espacio caótico, abarrotado de puestos cubiertos por toldos y grandes tiendas de campaña que, ante la avalancha de gente y de carros tirados por burros, termina por descoserse en un dédalo de pequeñas callejas de casas de adobe igualmente atestadas de tenderetes. Sedas, telas, ropas, gorros, zapatos, cueros, atalajes para los animales, herramientas, cuchillos, radiocasetes, hortalizas, alimentos de todo tipo, especias, almizcle, productos de artesanía, bisutería, alhajas de oro, cañas de bambú, rebaños de ovejas… se suceden en un orden confuso, acaso regulado en función de la pluralidad de razas y lenguas que se dan cita en esta especie de Babel horizontal. Las facciones de la cara, la forma de los bigotes y barbas, las ropas y, sobre todo, el modo de cubrirse la cabeza permiten, como si se tratara de un juego de adivinanzas, identificar la raza a la que pertenecen los individuos que conforman el paisaje humano del mercado. Todos ellos se mueven en este decorado con la sumisión de los extras de una película y sólo parecen salirse del guión cuando se arraciman en torno a los barberos, expertos en afeitar a cero las cabezas y barbas; los curanderos, cuyos remedios se extienden sobre el suelo en una mezcolanza de ungüentos, hierbas y animales muertos resecos como pergaminos; o cuando hacen pausa para comer en los puestos de comida al aire libre.

Una comida de domingo
Uno de los momentos mágicos del mercado es la hora del almuerzo en alguno de los numerosos puestos que salpican este laberinto. Una serie de hornos de barro humeantes, sobre los que cuelgan sonrosados canales de cordero, acotan pequeños restaurantes donde se sirven en cuencos de porcelana raciones de carne, acompañadas de pan, arroz o ensaladas, que desaparecen en medio de una sinfonía de rumores dirigidos, como batutas, por la habilidad de los palillos chinos. No es el único lugar donde se puede comer. Diseminados por todo el mercado, hay puestos de tallarines, cuya elaboración secuestra las miradas. Rudos hombres en camiseta golpean la masa de pasta contra una mesa hasta dejarla fina y flexible, momento en el que la retuercen formando una especie de trenza que sólo deja de girar entre sus brazos cada vez que vuelve a ser estampada contra la mesa. Un ejercicio acrobático que invita tanto a comer como a mirar. Conviene recordar que los espaguetis vienen de esta parte del mundo y que fue Marco Polo el que hizo las veces de embajador. Familias enteras pasan el día en el mercado, mientras los padres acuden a comprar, los niños disfrutan de un rico helado en alguno de los improvisados cines al aire libre.

José Maria Lorente periodísta de viajes y gastronomía, lleva más de veinte años recorriendo el mundo para sus reportajes. Ha colaborado con Trekking y Aventura como guía en la mayoría de los viajes que ofrecemos.

Comentarios

noticias ha dicho que…
guaaa!! me encanta el blog, pero me poneis los dientes largos jajaj un saludo para todos

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