FARAONES NEGROS


Tres semanas en Etiopía nos habían permitido recorrer la distancia existente entre el río Omo, al sur del país y cercano a Kenia, y la frontera con Sudán en Metema al noroeste. El viaje largamente preparado, se iba desarrollando sin grandes problemas. El cruce fronterizo fue rápido y nuestra primera decisión en el país consistió en tener que elegir entre subirnos a un pick-up atestado o viajar encima de un camión cargado de café con dirección a Gedaref, por delante teníamos 5 horas de viaje a pleno sol y ese día, precisamente ése, mis intestinos se empeñaban en la incontinencia. Era noviembre y Ramadán.
Una vez en Gedaref, primera ciudad en la ruta, y alojados en un hotel “miserable”, esperamos la puesta de sol y el inicio de la actividad nocturna propia del periodo sagrado del ayuno musulmán, las calles se llenaron de gentes deseosas de comer y beber, y por fin, pudimos celebrar que estábamos haciendo realidad un proyecto ambicioso: seguir el curso del Nilo azul desde su nacimiento hasta su unión con el Nilo Blanco, y desde allí hasta su desembocadura. En aquellos días el sur del país aun permanecía en guerra, pero el norte, una vez conseguido visado y permisos, era accesible, e incluso como hoy en día muy poco visitado. Una vez en Khartoum, nuestra ruta nos llevaría, siguiendo el curso del Nilo y su gran curva, a través de los lugares arqueológicos más importantes del país, y tras alcanzar el lago Nasser, a Egipto. El desierto se extiende en ambas orillas del río, donde se acumulan los pueblos y la vida. Poco a poco fuimos encontrando el templo de Naga, el desierto Bayuda, la impresionante necrópolis de Meroe con decenas de pirámides, el Djebel Barkal y las tumbas del Kurru, el templo de Soleb, construído por el mismo arquitecto que hizo el de de Karnak. Fueron días impresionantes durante los cuales dormiríamos entre ruinas milenarias y visitaríamos pirámides y necrópolis sin encontrarnos a ninguna otra persona, y sobre todo, gozamos de la hospitalidad de los nubios.
En Wadi Halfa, despedimos a nuestro conductor que volvía a Khartoum con el vehículo y sin haber sido capaz de articular una sola frase en cualquier otro idioma que no fuera el árabe. Desde allí 24 horas de navegación, por el lago Nasser, nos depositarían en Aswan (Egipto). En ese momento, y ante la primera cerveza en días, nos dimos cuenta de lo que habíamos vivido, hecho que corroboramos esa noche, cuando nos encontramos con centenares de turistas que acudían a los espectáculos de luz y sonido en el templo de Philae… Nosotros veníamos de otro mundo.
Por todo ese tiempo vivido en esa tierra y con esas gentes, es por lo que deseo lo mejor al pueblo sudanés ante el reto que se les presenta estos días.
JAM

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