Viaje a Namibia: Dos días y una noche en el desierto del Namib
Aunque
ya hace una semana que he regresado de Namibia, intento alargar el viaje con el
recuerdo de multitud de momentos vividos, a través de mis fotos y de mis
impresiones. He disfrutado cada instante de su amabilidad y su variedad
ofreciéndome la oportunidad de vivir el África de siempre.
Tras
una noche en Windhoek y un primer contacto con este variado país, ponemos rumbo
al desierto del Namib, donde nos alojamos en un magnífico lodge con vistas a
grandes y rojizas dunas y que más tarde nos regalará la primera puesta de sol
de nuestro viaje. Después del almuerzo nos trasladamos en nuestro camión, hasta
un minúsculo aeródromo, desde donde despegamos para sobrevolar una parte
de ese impresionante Desierto. La vista es tan sobrecogedora que ni tan
siquiera el desagradable sonido de las hélices de la avioneta, merman la
emoción. Difícil decidir hacia dónde dirigir
la vista, mirando a un lado y a otro quiero capturar cada imagen para el
recuerdo. En definitiva, un tranquilo vuelo de 45 minutos, solo alterado por
algún pequeño movimiento debido al viento, me permite disfrutar de un paisaje
de inmensas dunas, donde al incidir la luz del sol en sus crestas, resaltan
inusitadas formas, a veces de colores rabiosamente rojos.
Pero sin duda también
me llamaba la atención, poder ver de cerca el misterio de la naturaleza que
aquí se produce y que es conocido como
“los anillos de las hadas”, unas superficies circulares estériles, rodeadas de
vegetación, salpicadas a miles y que aparecen y desaparecen de una forma
regular. Aunque en los últimos años científicos de varios países los han
estudiado con el fin de determinar su origen, sigue habiendo diferentes
teorías, también en sus comportamientos. Para los Himba, la tribu que habita el
desierto, no son más que las huellas de los dioses que habitan la tierra.
Con mucha pena
aterrizamos, pero con el ánimo de que aún quedaba mucha tarde por delante en
nuestro lodge, que como antes adelanté, desde su situación privilegiada nos
regaló una bonita puesta de sol, mientras disfrutábamos de una cerveza fría del
país. Aunque al día siguiente seguiríamos recorriendo el desierto del Namib,
está sería nuestra única noche en ese paraje tan especial, donde el cielo se
ilumina con miles de estrellas que invitan a querer saber más sobre ellas.
El día se
anunciaba intenso y el madrugón era necesario, en vehículos 4x4 nos adentramos en el parque
nacional del Namib-Naukluft para avanzar por el interior del desierto y llegar
al valle de Sossusvlei, donde se encuentran las dunas más altas del mundo. Aún
a una hora prudente, comenzamos nuestra ascensión a la cima de una duna bien
alta, la duna 45, siempre conviene hacerlo lo más temprano posible, porque
cuando el sol aprieta, la arena está blanda y dificulta la subida, por no
hablar del calor que avanza por minutos.
No sin algún jadeo, consigo llegar a
la cima y con el desierto a mis pies y rodeada de grandes dunas, entiendo que
el esfuerzo ha merecido la pena y la bajada la encaro con más alegría y
disfrutando de cada paso que doy. Seguimos nuestro recorrido por la zona y
caminamos unos 40 minutos hasta Dead Vlei, una laguna salina muerta, cuarteada
por una extrema sequedad y salpicada de
esqueletos de milenarios árboles petrificados que ofrece un paisaje
sobrecogedor, suavizado por las dunas de color rojizo más altas del mundo que la rodean.
Tras regresar al
camión acabamos nuestro recorrido por el Namib y nos encaminamos hacia nuestra
siguiente etapa, Swakopmund.
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