México: La ruta de las pirámides (III)

Teotihuacán


Panorámica de Teotihuacán

A pocos kilómetros de Ciudad de México se halla uno de los yacimientos arqueológicos más impresionantes y mágicos de la América prehispánica. No se conoce su nombre real, ni quiénes lo habitaron, recibe el nombre de Teotihuacán, la 'ciudad donde residen los dioses' dado por los aztecas.

Una de las pirámides de Teotihuacán
Los orígenes de Teotihuacán datan probablemente del 150 a. C. El más grande desarrollo arquitectónico corresponde al periodo entre el 200-400 d.C., cuando se edificó la mayor parte de los edificios que hoy existen. En esta fase, Teotihuacán se transformo en uno de los principales centros políticos y comerciales de Mesoamérica, e hizo sentir su influencia cultural y económica en toda esta extensa área. Cuando la ciudad vivió su periodo de máximo esplendor (400-650 d.C.) se calcula que en ella residieron cerca de 200.000 personas. Durante el periodo comprendido entre los años 650-750 d.C., marcaron una clara crisis que redujo a 85.000 los habitantes de la ciudad. Es probable que la interrupción de algunas rutas comerciales haya dañado la economía de la ciudad, en gran parte dependiente del comercio con zonas lejanas; el aumento de la iconografía de carácter militar hace suponer la existencia de tensiones sociales y tentativas por parte de la élite teotihuacana de mantener el poder por la fuerza. 

Alrededor del año 750 d.C. muchos de los edificios del centro monumental fueron incendiados y Teotihuacán perdió para siempre el lugar prominente que había tenido hasta entonces en el panorama político mesoamericano. Después del año 1000 la ciudad fue definitivamente abandonada y comenzó a cobrar un papel fundamental en la mitología mesoamericana. A pesar de su caída, Teotihuacán nunca fue olvidada los aztecas que durante mucho tiempo siguieron visitando sus ruinas, le dieron el nombre con el que hoy la conocernos, 'Lugar donde residen los dioses', y situaron la creación del mundo en el magnífico escenario que ofrecían sus enormes pirámides, denominadas por ellos como 'del Sol' y 'de la Luna'. Cuando los aztecas peregrinaron, en el siglo XII, desde el norte de México hacia el centro, en busca de su tierra prometida, atravesaron muchos parajes y pueblos, pero ninguno les pareció comparable con aquella fantasmagórica ciudad deshabitada Recorrieron su enorme avenida flanqueada por templos y pirámides. Los aztecas pensaron que eran tumbas y le dieron el nombre de 'avenida de los Muertos' la principal arteria de aquella ciudad, que se convirtió en el lugar donde los dioses se sacrificaron para que el mundo fuera habitable. 

La ciudad de Teotihuacán se extiende bastante más allá de los límites de la actual zona arqueológica visitable, limitada al centro monumental en el que dominan las imponentes moles de las dos principales pirámides. Sin duda, más allá de su atractivo turístico que hacen de ellas un regalo para la vista, su grandeza radica en una sabiduría ancestral que seguramente nunca alcanzaremos a descifrar. Por un lado, su sorprendente conocimiento de las matemáticas, ya que es la única ciudad mexicana premoderna que fue planificada en cuadrícula; por otro, su adoración a los cuerpos celestes y cultura astromántica, que todavía sigue despertando una insólita fascinación entre historiadores, arqueólogos y antropólogos.

Sus elementos principales destacan: 

- La Ciudadela. El cuadrante del sureste hospedó a la que es actualmente la estructura más sorprende de Teotihuacán: La Ciudadela. En esta plataforma cuadrangular coronada por pequeños basamentos piramidales se encuentra el Templo de la Serpiente Emplumada que está decorada con esculturas policromas de serpientes emplumadas cuyas cabezas salen de las paredes. Sobre los cuerpos de los reptiles, rodeados de símbolos acuáticos. Fueron colocados mascarones que representan probablemente a Cipactli, el monstruo terrestre con forma de cocodrilo. 

- La Pirámide del Sol domina el lado el lado oriental en altura y tiene una base cuadrangular cerca de 220 metros de largo. Fue construida sobre una gran gruta-santual (probablemente de origen natural posteriormente remodelada) que debe sido el origen del asentamiento. De acuerdo con algunos especialistas, la pirámide habría sido consagrada al dios del trueno a quien los aztecas llamaban Tlaloc, cuyos santuarios se hallaban precisamente en grutas simbólicamente como lugares de su morada en el inframundo. 

- La Pirámide de la Luna preside una esplendida plaza, rodeada de estructuras menores. La pirámide que domina la plaza está a su vez enmarcada por el Cerro Gordo, la montaña sagrada que hacía las veces de foro de todo el trazo urbano teotihuacano. Ignoramos su destino original, aunque probablemente haya estado dedicada las aguas terrestres, llamada en Chalchiuhtlícue. 

- Complejos habitacionales. Alrededor de los edificios del centro monumental se extendían los complejos habitacionales, verdaderos bloques amurallados, en cuyo interior vivían probablemente grupos de parentesco dedicados a actividades artesanales y confirman la existencia de sociedad refinada y sofisticada, que gozaba le un alto nivel de bienestar. Las paredes de estos barrios poseen espléndidas pinturas que es posible apreciar todavía. Los antiguos barrios residenciales, en mayoría aun sin excavar, llegan hasta los de todas las montañas que los visitantes pueden ver a su alrededor.

Pasear por Teotihuacán con sus calles, avenidas, viviendas y palacios nos regala un gran tesoro: la pintura mural más bella de la América prehispánica. En Teotihuacán hubo un interés creciente por el desarrollo de las artes, sin duda, la expresión tanto en el interior como en exterior de los edificios, sorprende por su abundancia. Los murales se realizaban sobre las paredes exteriores, que se integraban en los actos públicos y en la privacidad de los hogares más poderosos, donde se disfrutaban en privado. Color, composición y ejecución se aúnan con maestría para desplegar un mundo casi onírico de creencias y rituales. Dioses, seres míticos, sacerdotes, animales reales o quiméricos y hombres corrientes pueblan un mundo multicolor, en el que predomina una extensa gama de rojos, salpicados, a veces, de tonos turquesa, verde y amarillo, Estos colores se obtenían de diferentes minerales triturados y aglutinados con el jugo del nopal, y se aplicaban sobre el paramento bien aplanado y estucado. 

Entre los personajes y motivos representados destacan el inconfundible dios de la lluvia, Tlaloc, y su penacho de plumas de quetzal; Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, la hermosa diosa de jade, con sus ricos atavíos, dioses, sacerdotes con abundantes adornos y animales aparecen en todo momento rodeados de corrientes o gotas de agua, conchas, caracolas marinas y corazones, elementos que remiten a los beneficios del agua y de sacrificios humanos y, en definitiva, hablan de poder y de la fertilidad. 

José Angel Gutiérrez
Arqueólogo


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