Sudán. La tierra de los faraones negros

El templo de Gebel Barkal

Fotografía de las pirámides de Gebel Barkal

Durante la XVIII dinastía, los faraones egipcios culminaron la conquista de Nubia y de Kush hasta más allá de la IV Catarata del Nilo, y en un punto situado a 80 kilómetros antes de esta encontraron el lugar perfecto para situar un centro administrativo religioso. Se trataba de la montaña sagrada que hoy se conoce como Gebel Barkal, a la que los egipcios llamaban Dju-Waab ('montaña pura') y Nesut Tawy ('tronos de las Dos Tierras').

Imagen del cerro de Gebel Barkal
No era un cerro muy alto (unos 100 metros con el doble de longitud), pero sí un punto de referencia perfecto, pues, situado a 1,5 kilómetros de la orilla del río Nilo, a su alrededor únicamente se extendía una gran llanura plana. 

Era un elemento tan claramente visible y diáfano del paisaje que los ideólogos del faraón de inmediato, le otorgaron una relevancia divina por su dramatismo y punto de referencia. Identificaron este cerro con una colina primigenia sagrada muy cercana, además, al punto donde se producía la benéfica inundación que todos los años devolvía la vida al valle del Nilo. Es decir, no podía sino tratarse del lugar de nacimiento del poderoso dios Amón, así como de su residencia más meridional. Por lo tanto, como parte de su política de dominio de la región, los egipcios construyeron al pie de Gebel Barkal un templo dedicado al dios de la monarquía, que creían vivía en su interior y, cerca, una ciudad como centro administrativo de la región de Napata. Otro elemento que reforzó su sacralidad fue su pináculo principal, cuya silueta asemejaba a la de la cobra real y sobre la que se grabó una inscripción en oro, cuyo destello guiaba a distancia a las caravanas y barcos y asombraba durante las ceremonias del Templo.

Fotografía del cerro de Gebel Barkal
La primera vez que se mencionaron las ruinas del templo fue en los relatos de viajeros europeos al lugar en el primer cuarto del siglo XIX, aunque fueron excavadas de forma científica en 1916, por G. A. Reisner. Su trabajo fue continuado en la década de 1970 por el equipo Sergio Donadoni, hasta la década de 1980 con la expedición dirigida por Timothy Kendall, director de la misión arqueológica del Museo de Boston. 

La casa del dios Amón en Napata (llamada igual que el templo de Karnak, Ipet-Sut, 'el más venerado de los lugares') fue una extraordinaria estructura de 156 metros de longitud que tal vez ordenó edificar 'el rey hereje' Ajenatón a finales a XVIIl dinastía. Es una paradoja que el núcleo inicial del templo más importante consagrado a Amón después de Karnak, quizá fuera iniciado por su enemigo más radical. 

Imagen aérea de Gebel Barkal
Durante el Reino Nuevo esta estructura fue ampliada por Tutankhamón y Horemheb; en la dinastía siguiente, la XIX, primero por Seti I y luego por Ramses II que esbozó una gran sala hipóstila en la que solo llegaron a colocarse las basas de columnas, pues no fue hasta la llegada del faraón nubio Pianjy, fundador de la XXV dinastía cuando la sala quedó completada, precedida de una avenida de esfinges, algunas de las cuales están hoy en el Reino Unido. Después de las intervenciones de los soberanos del Reino Nuevo, el templo registró notables ampliaciones con las dinastías nubias y cusitas. Si Pianjy lo hace durante el siglo VIII a.C., en el siglo III a. C. Amanishajeto, una reina de Meroe, kushita como él, mandó erigir en el centro de este patio un quiosco para la barca del dios, como el que hizo levantar el último faraón kushita Tanutamón en la sala hipóstila construida, finalmente por Pianjy a la que además dotó de un pilono.  

Figuras en Gebel Barkal
Si bien los egipcios no pretendieron aculturar totalmente a los nubios, lo cierto es que la milenaria tradición de contactos comerciales y el día a día en los centros administrativos terminaron por dejar su huella en ella. Tanto, que cuando durante el Tercer Período Intermedio, el valle del Nilo al norte de la isla de Elefantina, junto a la I Catarata, el Alto y Bajo Egipto, se convirtieron en un territorio con varias dinastías afirmando ser la auténtica autoridad, los reyes de Kush se sintieron ofendidos en lo más profundo y con la ayuda de Amón, su sacerdocio y que además el lugar de su nacimiento estaba en sus tierras, salieron los ejércitos nubios hacia el norte, convencidos de ser los legítimos poseedores de la dignidad dinástica faraónica y que iban a unificar. 

Derrotados todos los contendientes, se convirtieron en los soberanos de la XXV dinastía y coronados en la lejana Menfis. Fueron no muchos, es cierto, solo cinco, que reinaron durante algo más de un siglo en Egipto, Nubia y Kush pero, hasta que los ejércitos asirios los obligaron a refugiarse a los que antaño eran sus orígenes, a ojos de los faraones egipcios los "miserables nubios", se transformaron en este período en la fuente del poder en el valle del Nilo, durante mucho tiempo, con un Imperio que se extendía desde la 5ª o 6ª catarata del Nilo hasta el Mediterráneo. Constituyendo además el último gran momento de esplendor cultural y monumental en todas las artes. 

Incluso la milenaria costumbre funeraria egipcia de las pirámides fue llevada a Nubia. Sus faraones imitaron a los reyes antiguos y se enterraron en los cementerios de El- Kurru, Nuri, Meroe y Gebel Barkal, en pirámides, por lo general, de sólo unos 6 metros de altura por 8 metros de base. 

Siglos después, todavía era el Templo venerado en el sur, en el reino de Meroe desde donde acudían sus soberanos a ser ratificados en este templo nacional mientras Egipto ya era una provincia romana. Sólo hasta que llegó el cristianismo primero y el islam después, se dejó en este lugar de rendir culto al dios Amón. 

José Ángel Gutierrez
Arqueólogo

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