Jordania, desiertos y reservas naturales


Sin mucho pensar, cinco amigos decidimos reservar un vuelo directo desde Madrid a Ammám y en unas cinco horas, nos encontramos en un pequeño país de Oriente Medio: “Jordania, el reino Hachemita”. Situado al sur de Siria, al oeste de Arabia, al este de Israel y con la pequeña costa del mar Rojo, más no se puede pedir; estábamos ante un “TESORO” puesto a nuestros pies, no teníamos otra opción que la de aprovecharlo al máximo, así lo hicimos.
Salimos de Ammán, rumbo norte, comenzamos la obligada visita a los lugares bíblicos como Pella, donde aún quedas vestigios de templos romanos y bizantinos; Um Qais, antigua ciudad romana, con restos otomanos desde allí vimos por primera vez el mar de Galilea y los territorios sirios de los Altos de Golán, aunque la calima nos dificultara la visibilidad. La sensación de encontrarte en el valle del Jordán, frente a Jerusalén, hizo brotar en nosotros muchas emociones, tantas como la llegada a Jerash. Aquí, paseamos y contemplamos de cerca una de las ciudades romanas mejor conservadas del mundo, imposible quedar indiferente: sus 999 columnas, templos, teatros y anfiteatros, su plaza ovalada, así como su magnífico “cardo”, nos hacía añorar esa remota posibilidad de experimentar “el túnel del tiempo”, que nos permitiese vivir, el esplendor de esta soberbia ciudad y de la magnificencia del mundo romano. La sensación que tuvimos allí, nos dejó sin palabras, sólo percibir y soñar con la historia, Estos momentos, fueron suficientes y significativos para que quedasen guardados en nuestro recuerdo.
Nuestro viajé continuó hacia zonas más rurales, la historia la dejábamos unos días aparcada, para adentrarnos en la reserva natural de Wadi Mujib. Aquí, el contraste de paisajes es impresionante, una pequeña y relajada caminata junto al mar Muerto y unas peculiares formaciones rocosas nos dieron paso, a nuestro primer baño en una de las aguas con más concentración salina del mundo: el mar Muerto, la dificultad de ponerte en posición vertical y el sólo poder flotar y flotar, fueron parte de los momentos más divertidos del día.
Tras una caminata por el wadi, continuamos a la reserva de Dana, donde nos alojamos en un lugar muy especial, un eco-lodge muy tranquilo, donde disfrutamos de una noche limpio cielo e intensamente estrellada, junto con el típico “narguile” y por supuesto con la hospitalidad y amabilidad de sus gentes.
Después de tan agradables días, sólo nos quedaba llegar al “ TESORO”, pero al verdadero de este reino: PETRA, la ciudad nabatea. Cada paso que dimos fue para quedarnos perplejos y sorprendidos. De sobra lo tenemos visto en libros de historia, revistas, vídeos….pero sólo el estar allí, es lo que da sentido y mucho, al viaje. La sensación de observarla, de sentirla, de disfrutarla, de vivirla, de escucharla, te activa el mundo de las emociones. Recuerdo especialmente, una puesta de sol, desde lo alto, una calima que cubría la ciudad, donde todo adquiría una tonalidad dorada, ocre, rosa…donde el murmullo de sus gentes, de sus dromedarios, de los rebuznos de sus burros, el relincho de sus caballos, nos hizo trasladarnos con la imaginación al siglo VII a. d C.
Sin duda, por esto contiene “el tesoro”, porque ella en sí misma es eso: UN TESORO, una joya heredada de nuestros queridos nabateos, que nos llegó al corazón y que a los cinco, nos proporcionó excelentes momentos de tertulia, sobre todo por la noche, disfrutando en los típicos restaurantes jordanos, del mansaf, shish kabab y como no puede ser menos, del típico hummus de garbanzos…. eso sí, todo bien regado de importantes vasos de agua, como corresponde a muchos de los países musulmanes. La “gota de agua que colma el vaso”, para una cena especial, allí no podía faltar.
Después de estos dos días, nos quedamos con ganas de alguno más, llegamos a Wadi Rum. Comenzamos nuestro periplo con una divertida ruta en pick-up, donde el paisaje pasaba de grandes desfiladeros rocosos a paredes con pinturas rupestres y acababa en una divertida y difícil ascensión por una duna. El mejor recuerdo del día y en eso coincidimos todos, (para algunos era su primer viaje y su primer contacto con el desierto) fue descalzarnos e ir subiendo lentamente por la cálida y fina arena, esto regenera, la tierra transmite y el contacto directo con ella, más que nada; por algo dicen los locales, que el mundo está creado para disfrutarlo, pero sólo el desierto es el que cultiva el alma……
Los días iban pasando y ya todos mirando el calendario, y sabiendo que lo bueno también acaba y que es finito, nos encontrábamos ya en Aqaba, ¡el final de nuestro viaje! , pero por fin el encuentro con el mar Rojo, donde, paradojas de la vida, sus azules y cristalinas aguas, te invitan a darte un baño y a agradecer a la naturaleza esa generosidad que nos ha regalado con sus fondos marinos, únicos en el mundo. Sólo esos momentos se te graban para siempre, los transmites e invitas a todos a que disfruten y experimenten los mismos que nosotros tuvimos la suerte y la oportunidad de vivir, y ¿por qué?, porque Jordania así lo vale.

Silvia Masiá

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