Uzbekistán, los tesoros del Tamerlane.

Hace unas semanas, se me presentó la posibilidad de viajar a Uzbekistán y al ser mi primera posible incursión en Asia central, no dude en decidirme, ¡allá vamos! Samarkanda siempre había sido uno de mis destinos soñados…
Tashkent, la capital, con grandes avenidas, parques, plazas y sobrios edificios de influencia soviética entremezclados con hermosos complejos arquitectónicos de origen musulmán, fue la ciudad que me recibió y me brindo la primera impresión del país. ¿la verdad? me dejo un poco indiferente... pero era solo el principio, según fue transcurriendo el viaje se iban colmando con creces mis expectativas.
Khiva fue el segundo alto en el camino. En esta pequeña ciudad patrimonio de la humanidad cambió por completo mi percepción del país. Al adentrarme en la ciudad amurallada me sentí como si me transportase a otra época. Era como estar en un museo al aire libre, con callejuelas laberínticas, repletas de madrassas, mausoleos, palacios… Uno de los mejores momentos del viaje fue el poder disfrutar del atardecer en una “terracita” con una cerveza uzbeka, viendo como los últimos rayos de sol cambiaban el color rojizo de los edificios y acentuaban los azules de las cúpulas y minaretes de toda la ciudad.

Al día siguiente, abandonaba la ciudad, de parada obligada en la ruta de la seda, para continuar hacia Bukhara. La ruta, durante casi 9 horas, cruza el desierto de Kyzyl Kum siguiendo una carretera repleta de baches. El camino fue largo y tedioso pero lo que esperaba merecía la pena. Bukhara es una ciudad tranquila con un gran bazar donde se puede regatear sin ser atosigado por los vendedores, detalle de gran importancia, porque, hoy por hoy, es difícil encontrar países que aun te ofrezcan esa tranquilidad. En la plaza más bulliciosa de la ciudad "Laby Hauz" se encuentran tres impresionantes madrassas y, en el centro, el mayor estanque de la ciudad, rodeado de cafés y restaurantes donde descansar y tomar la bebida más típica del país: el vodka. Por la noche, en una de estas madrassas de la plaza disfruté de una cena con música y baile uzbeko bastante recomendable.
El último destino de mi viaje era la ansiada Samarkanda, la ciudad con mayor renombre de Uzbekistan. Sin lugar a dudas, lo que más me impacto fue Registan Square, un extraordinario complejo compuesto por tres madrassas donde algunas noches se puede disfrutar de un espectáculo de luces y sonido que merece la pena contemplar. Tuve el privilegio de ver como encendían el complejo sólo para unos cuantos que estábamos ahí en ese momento ¡Un lujazo!
Me gustaría hacer una mención especial a la gastronomía del país: dieta mediterránea, mucha fruta, verdura, carne... y sobre todo el arroz pilav ¡que está estupendo! No utilizan apenas especias y es fácil que todo te guste. La única pega es que no hay gran variedad de platos pero estamos de viaje y no da tiempo a echar nada de menos.
En definitiva, es un país auténtico, de los que quedan pocos en el mundo, con gente amabilísima que se acerca a ti sólo para saludarte y hacerse una foto contigo sin ánimo de lucro. Es un destino perfecto para ir antes de que el turismo masivo acabe con estos aspectos tan difíciles de encontrar ya en el mundo.
Arantxa Masiá

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